Crónicas de un asesinato

No hay un cuerpo. Pero hay testigos.
Y hay basura.
Y hay rabia escrita en la pared: puta policía.

En “Crónica de un asesinato”, Manuel Sánchez no representa un crimen: lo invoca. Lo reconstruye desde sus residuos. La escena está saturada, distorsionada, borrosa. No hay línea narrativa. Lo que hay es una evidencia emocional —una memoria colectiva encapsulada en una estética fragmentada.

La pintura funciona como archivo interrumpido: capas de imagen, grafiti, gestos anónimos. Un caos meticuloso que exige al espectador volver a mirar. Aquí, la violencia no es explícita, pero está en todas partes. Está en lo que no vemos, en lo que se tapa, en lo que se borró pero dejó marca.

El gesto pictórico de Manuel no es pasivo. Es casi performativo.
Escucha rap político mientras pinta. Entra en trance. Vomita con control.
Su proceso es tan importante como el resultado: recopila, recorta, recompone. Crea una escena que no busca justicia ni redención. Solo pide que no se olvide.

Una pintura que no busca decorar. Busca incomodar.

Óleo sobre panel

2025