Casa de Cartón de Fernando Sánchez es un acto de construcción poética de su propio entorno, nacido de la necesidad urgente de encontrarse a sí mismo dentro de espacios que, aunque familiares, de pronto se sienten profundamente ajenos. Con el apoyo del registro fotográfico de su barrio, su pintura no busca denunciar nada: busca nombrarse, reconocerse, habitarse. Es un ejercicio de identidad donde la memoria espacial se transforma en refugio.

La infancia de Fer transcurrió bajo la tranquilidad de la protección familiar, en una topografía de barrios populares, terracerías, escombros y mobiliario desgastado. Un paisaje duro y cotidiano que él entendía como normal. Pero fue el choque con otra realidad —detonado por un viaje a Puerto Vallarta— lo que instaló en él esa sensación de extrañeza, ese quiebre íntimo frente a los entornos en los que ha crecido.

Esa distancia emocional no lo paraliza: se vuelve el motor de su proceso creativo.
Ahí es donde el arte deja de ser objeto y se convierte en puente. Un puente simbólico que une nuestra experiencia humana con la del otro. Si Fernando se siente ajeno a su espacio físico, su encuentro con lo sensible ocurre en la pintura, no en la obra terminada, sino en el momento exacto de la creación. Ahí construye su propio lugar seguro.

Por eso, la obra de este joven pintor no pretende registrar carencias ni funcionar como denuncia. Aunque sus lienzos parten del archivo fotográfico de su colonia, Fernando nos muestra espacios bellos, vibrantes, incluso fantásticos, que no buscan maquillar una realidad, sino reinterpretarla desde otro ángulo. Su gesto creativo es casi infantil —y entrañable—: como un niño que quiere compartir los juguetes que logró construir desde su imaginación.

En Casa de Cartón no vemos el barrio tal cual es: vemos el barrio tal como Fernando lo siente. Y ahí ocurre la magia. Ahí ocurre el arte. Ahí ocurre la transformación.

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